Se frena en seco y se choca de cara con todo eso que brota. Esa cara que -se había convencido a sí misma- no le importaba; ese puto vaho a muerte que viene con la cara que -ya no se cree- no le importa y se instala en su cabeza y se infiltra silenciosa en todos los pensamientos y los hace retorcidos y negros y dolorosos y lacrimógenos y arrastra de vuelta esos que parecían estar yéndose o haberse ido y que ahora empiezan a merodear y la invaden con un miedo casi paralizante que le martilla la sien.
Tiene miedo y tiene ganas de llorar. Empieza a sentir pánico por cosas que jamás hubiera esperado y se queda ahí parada en la calle desierta pero poblada de árboles, descalza sobre el asfalto tibio, mirándose el empeine medio tostado y una ramita que acaba de caerse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario