12.3.13

En el intento de no convertirme en un cliché (lo cual es un cliché de por sí), terminé por convertirme en uno de los más feos. Con esto de los intentos, de tanto intentar que no me estrujen de nuevo, me volví una conchudita, de esas que uno odia, aparentemente cuasi insensible. Mi mejor amigo con muchos más problemas emocionales que yo se ríe y sus sarcasmos juegan con los míos, mi otro mejor amigo con novia ama que sea conchudita porque necesita descaramelizar su mundo goma lleno de amor y cariño, el que cortó con la novia hace poco está resentido con la vida y estimula mi jugo de limón interior con ganas, mi mejor amiga se ríe porque para ella siempre todo está bien, las chicas de la facu son dos violentas y mi conchudez potencia su violencia, a mis dos almas gemelas de la primaria las veo con suficiente espacio temporal como para que no noten que soy una basura. 
Pero la realidad es que me volví un cactus. Un cactus flaquito, bien vestido, hermosamente perfumado, con aros preciosos y un pelo de puta madre, muy muy risueño y caminata de pasarela. Soy un cactus tan cliché que me hice un recreo de lectura para venir a tipear un rato, con un café humeante y espumoso al lado, y una playlist que se llama '90s flashback, que encontré en una página muy genial pero que tranquilamente podría haber armado yo, porque soy de esas pelotudas que aplauden la infancia noventosa. El cactus cliché, con café y '90s de fondo, me hace sentir increíble y eso creo que es tan malo como cliché (desemanticé la palabra, bravo). Es malo porque no voy a dejarlo, porque nunca me sentí con tanto hambre de mundo, de libros, de clases, de jazz, de comida y de etcéteras, de muchos etcéteras. 
Soy un cliché, pero la versión cactus es mi mejor versión.    

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