24.5.11

la nerd que siempre quisiste ser

Hoy noté cómo se incrementó el número de entradas de este coso desde que empecé la facultá. Es raro, porque antes de empezar creía que iba a ser al revés. Creía -y quería- que no iba a tener tiempo para nada, que iba a ser una re busy girl, que iba a tener que andar de acá para allá, que me iba a tener que acomodar los horarios del laburín haciendo equilibrio, que iba a tener un novio que me reprochara verme sólo una vez por semana, amigas a las que iba a tener que hacer malabares para ver y que iba a estar felizmente inmersa en la vida re ajetreada de estudiante universitaria con mil proyectos chiquititos para pulir todos los días. Pero no.
Curso tres veces por semana clases que me queman la cabeza (ojo, me encantan) y el resto del tiempo estoy encerrada en mi casa, estudiando (y cada vez que quiero una excusa, vengo y escribo alguna pelotudez acá, por eso tantas pelotudeces últimamente). El laburín lo tuve que dejar. Una hora y media semanal de jazz no me alcanza para relajar ni un quinto de lo que me gustaría, pero no tengo tiempo para más. Lo del novio te lo debo. A mis amigas no las veo nunca. Gracias que hablo por teléfono y mando mensajes antes de dormirme o durante teóricos aburridos. Lo de acá para allá podría ser, si consideramos acá mi casa y allá la facultad, porque no voy a ningún otro lado (salvo a los chinos a comprar manzanas). Ojo, no digo que el estrés y el malhumor permanente no tengan cierto encanto. Después de todo, me gusta estudiar las cosas que tengo que estudiar, me gusta quejarme de que tengo olor a formol hasta en el corpiño, me gusta usar guardapolvo y guantes y decir cosas como este debe ser el peróneo corto porque se está insertando en el 5to metatarsiano, me gusta poder quejarme de lo cansada que estoy y que no me digan nada porque no tengo ganas de lavar los platos, me gusta que me cocinen rico los fines de semana porque pobre, está estudiando todo el día, me gusta decir acabo de llegar de la facu.
Lo que no me gusta es estar tan monótona. No tengo de qué hablar ya. Adentro tengo una mini pimer. En realidad no es que no tengo de qué hablar, es que necesito hablar siempre de lo mismo. Giro siempre en torno a las mismas dos cosas. Todo el tiempo. Me da vergüenza incluso llamar a mi mejor amiga. Pienso que si yo fuera ella, estaría un poco cansada de mí y de mis llamados y de mis mensajes de texto.
No sé, supongo que esto pasa cuando tenés, inconscientemente, expectativas demasiado altas y te chocás con la posta, de pronto. Tenés una torrecita de yenga re linda y prolijita y venís re bien, hasta que sacás esa maderita y se te va todo a la mismísima mierda. Son cosas que pasan. Ya sé que no es terrible. Ya sé que a todos (o a muchos) les pasa, ya sé todo eso. Ya sé que va a pasar tarde o temprano (más tarde que temprano, conociéndome). Pero necesito que alguien me diga que sí, que es una mierda, que qué bajón, que no es absurdo y de chiquilina que me agarren ataques de llanto en el medio del colectivo. Que no es absurdo ni ridículo y que voy a poder hacer que esté todo bien, aunque mi jansport violeta, últimamente, esté más pesada que nunca, aunque los nudos en la espalda tengan vida propia, aunque antes de dormirme piense en el recorrido de qué nervio me van a preguntar en el examen, aunque haya engordado terriblemente, aunque las ojeras me hayan llegado a la mitad del cachete.      

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