21.6.13

Es la histeria (que tenemos todos).
Histeria por miedo, vueltas por terror a exponernos.
Porque sí, claro, es más fácil cerrar los ojos, cerrar la puerta, taparse los oídos
y ñañañañañaña.
Arrancar una curita de un pedazo de piel que ni siquiera estaba lastimado,
tironear de los pelitos para demostrar que duele y que no queremos que duela más.
Por terror a exponernos.
Terror, terror, terror.
Por terror hacemos cada pelotudez.
"Chau"s que no tienen sentido. Lleno de esos está el asunto. Esa es una pelotudez.
La indiferencia es otra, envolverse en film, otra.
Querer encontrarte y que no me dejes, ver que empezás a trotar cuando me acerco
y que clavás un pique de puta madre cuando te toco.
Me dejo llevar por esos momentos de anestesia, cuando el café con leche endulza todo,
la frazada del domingo a la mañana suaviza todo, la lista de reproducción recién empieza,
los masajes de las dos de la mañana aflojan el universo y cuando me acompañás a casa te quedás mirándome por el espejo hasta que desaparezco por la escalera.
Por eso me dejo llevar, por todas las cosas que nos contamos en el medio
por los pensamientos almibarados que se infiltran entre los renglones del libro de inmuno y porque jugamos a ver quién saca menos la lengua como si tuviéramos 5 años.
Y me doy golpecitos cada vez. Ni llegan a ser de los que dejan un moretón chiquito,
pero son golpecitos. Chiquitos. Pero muchos, y todo el tiempo. Todo el tiempo.
Por terror hacemos pelotudeces, yo lo tengo clarísimo.
Y ahora no entiendo si me estoy endureciendo mientras pienso que me ablando
o qué onda estoy curtiendo adentro.
¿Entendés?

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