9.8.15

El fin de una de tantas.
Así, con poquísimas horas de sueño encima, el café con leche de siempre y el silencio de domingo a la mañana, me gusta el concepto de que los cambios implican concomitancia entre muchas cosas que empiezan y muchas que se terminan, se superponen inicios con cierres, se responden un montón de preguntas que venías arrastrando sin darte cuenta. Ahora estás todavía un poco más liviana, escupiste las palabras que quisiste porque te parecieron bien y estuvieron bien -¿te ofendí? lástima-, hiciste lo que tenías que hacer sin dudarlo, tranquila y a conciencia, sin pensar (como otras veces) en arrepentirte, en volver a tropezarte, en repetir errores. Tiraste al mar la llave del cofrecito, el cofrecito está guardado en el cajón de abajo de todo, al lado de la caja de mostacillas, el cajón no se abre nunca y el cofrecito está donde tiene que estar (ahora, porque aunque siempre pensaras que tenías que guardarlo y te sintieras una imbécil por querer seguir jugando con lo que tiene adentro, hasta ahora estaba bien, le hacía falta una vuelta de tuerca más, el último comentario de esa vocecita diciendo "bueno, that's it, no necesitamos más de esto que hay acá, next").