20.3.17

Arriesgarme a entender y hacerle entender a la neurótica de mi mente que, quizás, y sólo muy por casualidad, el mejor plan sea no planear. No planear para dejarse sorprender todo el tiempo, porque si una no planea todo podría haber sido de cualquier forma y, maravillosamente, es así. No planear desafiando al caos que me enrostra el descontrol como amenaza: tomá, gil.
No planeé nunca sentirme médica tanto antes de serlo. No planeé la confianza que alguien pensó que era bueno depositar en mí, no planeé la taquicardia que eso generó y no planeé el placer de contarle todo a mi amiga que está en India. No planeé de pronto dejar de sentirme sola.
No planeé volver a encontrarte, cuando pensé que te había perdido, que irremediablemente habíamos tomado caminos separados, cuando la resignación casi que se había apoderado de todas las mariposas de mi estómago y la serotonina de mis sinapsis.
Y sin embargo sí, todo mezclado pero despampanante, una consulta médica de 20 minutos por teléfono, taquicardia en el medio de los mocos, tu sonrisa de vuelta para mí, el tono de tu voz para mí. Tu confianza para mí.
Mi confianza para mí.