9.8.13

Encontré una magia que no buscaba. Es una magia rara, como magia-déjà-vu. 
Porque una vez vino a dar una vuelta y me dejó mil cosas lindas, pero demasiados pedazos machucados.
Y entonces, sin darme cuenta, la magia salió desde abajo de los moretones, que dejaron de ser moretones sin que lo notara.
Es una magia rara porque se autoamplifica adentro, como cuando la cascada del sistema del complemento se activa por la vía clásica y, además, por la vía alterna. Así de autoamplificadora es la magia.
Viene de afuera, se anuda un poco en el pelo, en las puntas que dejaron de estar arruinadas hace muchísimo, baja por la nuca, por el cuello, cerca del lóbulo de la oreja, hace salticado por la espalda, rodea el lunar del hombro derecho, sigue por el pecho, las costillas, el ombligo, dibuja el borde del encaje, sigue por las piernas, hace un parate en las rodillas, las afloja, sigue bajando, se enrosca en los tobillos.
El tema es que cuando me quise dar cuenta, estaba escuchando Norah Jones, la luz no brillaba demasiado y me salía purpurina por la yema de los dedos. Para afuera, disparada. Plateada, verde, violeta, colorada, naranja, azul.
Es magia porque, por primera vez después de muchos granitos, contracturas y kilos innecesario, encontré el equilibrio entre estar relajada, hacer las cosas bien y no sentirme culpable.
Es magia porque la mochila no pesa tanto y, cuando pesa, de pronto no parece tan difícil ponerle rueditas para que pese menos.
Es magia porque me brotaron de las pestañas mapas que no conocía, puntos de partida que ni me imaginaba, historias de las que no me quería acordar porque me daban miedo y que ahora parecen piojitos.
Es magia porque sí. Porque no importa por qué, no importa cómo, no importa cuándo. Es magia por el simple hecho de ser magia. Porque el helado, el café, las mañanas, las botas, la ropa, las coreografías, las canciones, el perfume, miedos nuevos (mejores, menos infantiles, más coherentes).
 

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