7.9.13

El olor a lluvia (el de antes de que llueva, el que viene mientras llueve y el que queda cuando dejó de llover).
El olor a empezar a cocinar y tirar cebollita en el aceite de oliva caliente.
El olor a estación de servicio tipo 7 de la tarde cuando te estás yendo de viaje y parás para hacer pipí o tomar un café y comprar chicles.
El olor a libro nuevo, a revista recién comprada porque tenés tiempo libre para leerla.
El olor a incienso, a saumerio, a casa de artesanías de Córdoba.
El olor a comida cuando llegás a la noche y entrás al edificio y sabés que viene de tu departamento.
El olor a despertarte el primer día después de haber rendido el último final del año.
El olor a cine.
Todos esos olores que cuando los sentís siempre traen cosas buenas.
Hoy, por primera vez después de mucho, me acordé de los otros olores, de los feos. No los sentí, pero vinieron de la mano de uno de los lindos. Nada. No pasó nada.
Decidí que nunca más voy a dejar que esos olores se me enrieden en el pelo.

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