1.9.13

Podría haberte buscado en infinidad de lugares, los más evidentes.
Te podría haber buscado entre los pasillos del Ateneo, en los silloncitos de un Starbucks, en la cola del cine de una película de Woody Allen, en las escaleras de la facultad, en la sala de espera de la Swisso e, incluso, podría haberte buscado entre mis canciones preferidas, esas que sé que me gustan porque la letra, porque la música, porque son como yo. Podría haberte buscado en todos los lugares donde estaba cómoda, segura, estable, sostenida por columnas de control, mapas bien delimitados, mesas de tres patas que no se caen nunca. Te podría haber encontrado viéndote desde el visor de una armadura medieval, sólo con los ojos, te podría haber envuelto en cinta aisladora y puesto sobre mi mesa de tres patas, y puede que hubieras quedado bien.
Y, sin embargo, te encontré arriba de un globo aerostático, sin buscarte, sin esperarte, sin siquiera imaginarte. Lejos de alfombras, de pasillos, de silloncitos, de apuntes, de los clásicos. Te encontré en un lugar donde no había más seguro que los globos de colores, donde los mapas no tenían sentido y se desdibujaban de a poquito, donde las mesas de tres patas de pronto empezaron a ser antiestéticas. No llegué a ponerme la armadura, me envolví en palabras de acero inoxidable que se oxidaron en el segundo en el que empezaste a hacer chistes.
Si alguien me hubiera avisado que me iba a chocar con vos, hubiera guardado todo en una valija y me hubiera escondido abajo de la cama, pero nadie me avisó.
Por suerte, nadie me avisó.
Como nadie me avisó, me encontraste desarmada de estrategias, rodeada de un blabla que era 99% cuentito y 1% verdad.
Como nadie me avisó, no tuve tiempo de volver a mi área de confort, a las canciones que conocía de la manera que las conocía, a los rincones de mi cuerpo que seguían siendo rincones y que seguían siendo sólo míos, a las mismas comidas, el mismo café, el mismo escritorio.
Nadie me dijo nada y de pronto las cosas más simples se tiñeron de colores que nadie conoce. Caminar, despertarme, bajarme de un bondi, saltear cebolla en aceite de oliva, bailar, correr.
Nadie me dijo nada y descubrí adentro mío cosas que no sabía que estaban, cosas que no sabía que podían estar.
Nadie me dijo nada y, cuando me quise dar cuenta, habías encontrado la manera de infiltrarte en todos esos lugares que estaban estérlies de mundo exterior, de miradas ajenas.
Te encontré sin buscarte en el mejor momento para encontrarte.
6 meses después, me alegro de que no te hayas ido mientras estaba en el baño.