21.11.15

Aprendió el arte de deslumbrar, de encandilar. Lo aprendió como mecanismo defensivo para evitar rechazos que la obliguen a preguntarse qué está haciendo sobre esos tacos. Sabe qué decir cada día. Los viernes charlas filosóficas, esotéricas, gramaticales, dobles sentidos académicos. Los sábados comentarios desinhibidos, perspicaces, un toque de inocencia para condimentar lo intenso, el escote, el vestido, las luces atenuadas, la camioneta. Sabe qué decir, qué hacer, cuándo caminar sinuosa, cuando guardar las manos en los bolsillos, con gesto de tener frío, mientras afirma que no tiene frío. Puede hablar de cervezas, de métodos de investigación, de astrología, de Fabio Posca, de Freud, de política, de la discriminación y de flashes paranoicos. Puede y sabe que puede, sabe cómo, sabe a quién. Se acostumbró a no repetir, pero sin machete se acuerda, sintoniza cada canal, incluso con las burbujas de una Stout dando vueltas por los conductos canaliculares.
Es inteligente porque aprobó neurología con 10, porque la felicitaron, porque volvió sonriendo por la calle y lloró un par de lágrimas en terapia. Sabe.
Aprendió el arte de manipular a los otros.
Aprendió el arte de manipularse. A sí misma.