8.12.15

Después de muchas lágrimas, de ojos hinchados, de tazas de té, de vueltas a la plaza y de monólogos filosóficos dirigidos a mi perra mientras miramos por el balcón, llegamos a la conclusión de que el nombre, ese nombre, no es más que eso: un nombre. Una palabra compuesta por letras, 9 letras, 8 letras, 4 letras, las letras que se me antojen, porque el asunto no es el nombre, sino qué pone una en ese nombre. En un solo o en varios. Coherente o incoherentemente, pensando con el corazón, con la cabeza o con la líbido. Eso que una pone y que son pedacitos propios que sería lindo ver florecer, entonces por eso una quiere plantarlos en otro lado. En otro. Para ver qué pasa con tierra nueva, con agua de gusto distinto. Pero ¿sabés qué? Si no florece ahí no quiere decir nada. Volvés a agarrar ese pedacito y te lo guardás. Ves qué hacés. No cambió nada, no cambia nada ni va a cambiar. Incluso aunque sea un pedacito tuyo, aunque estuvieras segura de que ya no ibas a darle pedacitos de nada a nadie. Es inevitable, no se puede. Por suerte. Porque sin darte cuenta, esperando que floreciera, encontraste otras cosas, otros pedacitos que ahora forman parte de tu inventario. Está bien. Está genial. Está genial porque sos consciente de que esos pedacitos te adornan un poco más,  un poco menos, pero están lejos de esos pedazos pedazotes que te hacen la que sos. Y esos sí que están bien guardados. No lo dudes. Poné pedacitos acá, acullá y más allá, ponelos y sacalos, invertí y llevate nuevos. Jugá, que para eso están. Dejá que te adornen algunas mañanas, algunas noches, dejá que te endulcen la cintura, que te emborrachen la espalda y el pelo, dejate chocar contra una pared, contra una cama que no conocés, dejate vibrar por el sonido de una voz que llega desde un lugar sin banderitas, un lugar lejos o cerca y no importa. Dejá que se te rían las ojeras junto con todo el cuerpo, dejá que una boca de mandarina o de canela o de frutilla o de helado de dulce de leche te invada la piel, el alma por un rato. Dejá que un par de manos etéreas te hagan flotar un rato, una noche o una tarde, sin pensar. Sin buscar. Sin lógica.