11.7.16

Quiero escribir, pero se mezcla todo. Es como eso que dicen que pasa antes de morirse: te pasa toda tu vida frente a tus ojos, en un flash, milisegundos de intensidad extrema. Bueno, así pero al revés. No me estoy por morir, sino más bien todo lo contrario. Ahora sí, ahora es real. Todo el resto parece tan insignificante, porque, en serio, ¿qué importa cualquier otra cosa estando a diez días de recibirme? Los tiempos son absurdos. En diez días sos médica, cuando hace 6 años faltaban 6 años. Siempre medimos en años, en montones de materias, en exámenes infinitos y cábalas en neoformación. Y de pronto ya está. Es eso. Era eso. 6 años, 6 añitos nomás, y ya estamos. Y ahora no son años, no son materias y no son mil exámenes, no. Son diez días, un final, una materia, el fin de las cábalas universitarias. Ahora sí se termina y guardamos el libro en el estante. Ahora hay todo un cuaderno en blanco. Entero, gordo, obeso, lleno de hojas en blanco, hojas rayadas y cuadriculadas, un cuaderno rebosante de ideas que todavía no escribí, cosas que todavía no hice, cagadas que todavía no me mandé, desafíos que ni siquiera me imaginé. Todo eso en blanco, todo eso para mí: un regalo con amor, de mí para mí. El cuaderno de ahí voy. No sé qué voy a hacer, cómo voy a escribir, dónde están mis lapiceras, mis fibras, no hay corrector. Lápiz negro tampoco, el trazo queda.
Y ya fue. Vamos.