3.6.17

Entonces, de pronto, como si no hubieras estado esperándolo, el salto.
El paso.
El día.
Cruzar del otro lado.
Me fui a dormir un día, siendo la que había sido hasta ese momento, salí de mi casa al día siguiente y, cuando volví, mi habitación era otra. Yo en el reflejo de las vidrieras de la calle era otra. Mi reflejo en el espejo era otro.
La estudiante de medicina, la piba, la que iba y volvía con la mochi, siempre a horarios distintos, la que no salía los fines de semana porque tenía que estudiar, la que no podía laburar porque la facu, la que hablaba de exámenes y de rendir y de libros y de apuntes... esa de repente no estaba más. La que volvía caminando cuando anochecía era la mujer que tiene horario laboral fijo, razonable (ese horario laboral que todo médico resigna para siempre cuando empieza la carrera), que recuperó para siempre los fines de semana y los feriados, que no tiene que hacer mil guardia por semana, que trabaja de médica, que ama lo que eligió y que, encima, puede tener una vida normal después del laburo. Es la mujer que hizo lo que necesitó hacer cuando necesitó hacerlo, la que alcanza con ella misma.
La euforia.
Despedirse del insomnio y de los fantasmas viejos.
Recibir dudas y certezas nuevas, recibir miedos nuevos, de esos que sirven para construir.
Pintarse de ideas.
La sonrisa por la calle.